Sunday, June 19, 2011

Capricho número veinticinco



Olga no quería almorzar con ninguno de los dos. Estaba harta de tantas cancelaciones a última hora. Pero esta vez quedaron en encontrarse frente al parking de Doña Fela.

- ¡Camina por la sombra, que el sol derrite los bombones! – le gritó Borja desde el otro lado de la acera.
- ¡Borjaaaa, mi amooor! ¿Cómo estás? – le gritó ella y cruzó para abrazarlo fuertemente.
- Ahora que te veo, mucho mejor, get it? – le dijo él mientras le guiñaba el ojo.
- ¡Qué charro! ¿Y Orlando, vino contigo?
- Sí, se está parqueando.
- ¿Y ya sabes en dónde vamos a comer? Bueno, me imagino que el Divo querrá comer en el Yukiyú.
- Sí, pero yo no quiero. Ese sitio es caro. Yo no entiendo, mano, tantas chucherías que vienen de la China, que son tan baratas y con el sushi los chinos pretenden sacarte un ojo de la cara.
- Chinos no, darling, ja-po-ne-ses.
- Yo creo que me voy pa’ McDonald’s. – le dijo él frotándose la barriga. - Me como una oferta y me encuentro con ustedes más tarde.
- ¡Ay, Borja, déjate de maceterías! Tanto BMW pa’ comerte un mugroso Big Mac en McDonald’s.
- ¿Qué le pasa al niño? – preguntó Orlando con actitud.
- How’s life, Orlando? - le preguntó ella emocionada a él cuando lo vio.
- ¿Cómo estás, belleza? – le preguntó él, mientras la miraba de arriba a abajo.
- Bien rica, ¿estás ciego?

Entraron al restaurante que a esa hora, como era de esperarse, estaba lleno de divos y divas del ambiente publicitario. Orlando caminaba entre las mesas mientras iba saludando a diferentes dioses de la creatividad.

- ¿Nos vamos a aquella mesa de allá atrás? – preguntó Orlando.
- ¡Ay, no, que ahí está Escobar! – le dijo ella medio asustada.
- ¿Y? – preguntó él.
- Es que un día fui a una fiesta de su agencia y me metí en su oficina para ver los cuadros de Bogart y me mangó. Le dije que era columnista de negocios del Nuevo Día y hasta le prometí una entrevista.
- ¡Qué bitch eres! ¿Dónde nos vamos entonces? ¿A la barra?
- Ay, sí, que están pasando el funeral de la princesa. ¿Y tú para dónde vas, Borja?
- Voy al baño. Pídeme una botella de agua.
- ¡Ay, la niña quiere agua! ¡Qué sana! Tú siempre tan florecita rockera. – le dijo Orlando burlándose.

En las vitrinas de la barra se podían ver platos decorados exóticamente y bocas abiertas, no se sabe si disfrutando de los sushi rolls o asombradas por el funeral de la Princesa Diana.

- Yo quiero una Piña Colada. ¿Y tú qué vas a tomar?
- Pídeme una Sapporo.

El bartender estaba distraído mirando el funeral cuando Orlando lo llamó insistentemente. Cuando reaccionó, le tomó la orden muy diligente. Orlando se volvió hacia Olga y empezó a dictar su lección.

- ¿Sabías que Paganini tiene 24 caprichos?
- ¿Y? – le preguntó ella mirando fijamente la pantalla del televisor.
- ¿Sabes por qué como muchas piñas y kiwis?
- No sé, ¿como un tributo a Carmen Miranda? – le preguntó ella, esta vez mirándolo fijamente.
- Para que sepa mejor. – le dijo él con ojos de búho.
- ¿Para que sepa mejor, qué?
- Mi semén.
- Okay, linda conversación, muy oportuna para la ocasión. – le dijo ella burlonamente.
- Tienes que probarlo. Te aseguro que sabe diferente al de cualquier otro.
- ¡Wow! ¡Mira todos los hombres que cargan su ataúd!
- Qué mal te queda ignorarme.
- La jodida princesa se murió y quiero ver a todos esos hombres cargándola. No estoy para tus jueguitos, ni trivias.
-¿A qué carajo viniste, entonces?
- A buscar business cards. Aquí está toda la industria publicitaria y ustedes bregan para pasar el rato en este tipo de evento social culinario.
-¡Lagarta! ¿Sigues molesta porque te cancelamos la última vez?
-Digamos que si no me hubieran cancelado, quizás la princesa Diana estuviera aún viva.
-A esa le tocaba.
-A mi me gusta pensar, que ella fingió su muerte, para poder vivir de nuevo en el anonimato. ¿No te parece sospechoso que no cremaran su cuerpo?
-Gusanos reales se la comeran. Es tradición. Ya sabes como son las monarquías.
-Bueno, yo sí quiero irme de este mundo, pero no quiero morirme en un accidente como la Diana, yo escojo como desaparecer y punto. Y bueno me dicen que ustedes son expertos en aplastar, entre los dos, un cuerpo hasta cristalizarlo. ¿Tan ardientes son en la cama?
-Tu curiosidad me indica que has reconsiderado retomar mi conversación sobre las piñas y los kiwis.
-¿Oye, Orlando, crees que Borja, quiera la cristalización? – le preguntó ella.
- Después que pasemos por un McDonald’s le preguntamos.
-¿Pero ya nos vamos?
- Mira, nena, hace tiempo que Borja y yo no hacemos eso que me estás pidiendo. Es muy peligroso, en la marcha se pierden muchas energías. Si no quieres estar aquí y no quieres esperar la muerte para desaparecer…pues te ayudaré, yo tengo más energía que un Red Bull, es Borja el débil…pero si tú y yo empezamos el jueguito, seguro que nos sigue, y una vez se involucre, no podrá parar y tendrá que cristalizarte, déjamelo a mí.

Aprovecharon que la Piña Colada se estaba preparando y que el bartender no paraba de mirar a la princesa de Gales y se levantaron de la barra haciéndole un gesto con la mano a Borja que salía del baño con un business card en la mano.

Borja terminó muy débil depués de la cristalización. Volvió en la noche de nuevo al Yukiyú, y a alguien se le ocurrió chocar una copa de vino con su cuerpo y estalló en cantos por todo el restaurante. Las chicas que no pudo cristalizar, y lo adoraban, se agruparon para pegar sus pedazos. Sus gigantes carteras de Prada, afortunadamente, le permitían llevar frascos de pega para este tipo de emergencias. Pobre Humpty Dumpty, decía una de las rubias brokers que pegaba su rostro con afán, porque ninguna pudo encontrar el corazón.

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